lunes, noviembre 21, 2011





     


     Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. [...]
     En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él [...];
     para qué sufrir?. El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro [...]
    La vida aparece a la luz de este razonamientocomo una larga pesadilla de la que, sin embargo, uno puede liberarse  con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. Pero, despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de su propia voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde de la desesperación que precede al suicidio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo.

                                                                          [I.S.B.N. 978-84-376-2538-6, págs 119, 120]